Mi habitación sólo estaba iluminada por el flexo que se proyectaba sobre el escritorio. Era por la tarde, pero todo estaba envuelto en el anochecer. Yo escribía una carta con una letra meticulosa. MI mano se movía en movimientos suaves balanceando el boli de tinta negra. Vi un pequeño movimiento a mi izquierda que sólo distinguí por el rabillo del ojo. Me giré lentamente. No había nada, no había sido nada. Continué mi carta con el ceño fruncido. Los papeles que tenía en mi corcho, en frente mío, sobre la pared, se movieron como si el viento los hubiera acariciado, aunque la ventana no estaba abierta. Levanté la cabeza más bien enfadado que asustado. ¿Qué narices es eso? Me levanté de la silla y avancé hacia una de las esquinas de mi cuarto, ahora con las manos temblorosas. Observé mi habitación desde allí. Todo estaba en perfecto silencio. La luz de mi flexo se apagó sin ni siquiera parpadear. Corriendo fui a coger el móvil, que se encontraba sobre mi mesa, para iluminar la estancia. MI pie chocó con algo y caí de bruces, me torcí el tobillo. Me sujeté el pie apretando la mandíbula. Noté cómo la oscuridad me envolvía en sus garras.
Nunca supe que fue eso, porque ese día desaparecí del mundo. (&)
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