Volvía los ojos a los cristales de mi blacón; veíalos empañados y como llorosos por dentro: los vapores condesados se deslizafan a manera de lágrimas a lo largo del diáfano cristal; así se empañaba la vida, pensaba; así el frío exterior del mundo condesaba las penas en el interior del hombre, así caen gota a gota las lágrimas sobre el corazón. Los que ven de fuera los cristales los ven tersos y brillantes; los que ven sólo los rostros los ven alegres y serenos... M. J. de Larra
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